Audio libros
- susanaverginieva
- 18 feb 2019
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 15 may 2020
Aquí puedes ver mi primer cuento, un audio libro ASMR cuyo mensaje es de valor y sabiduría.

Bienvenido querido lector. A veces estamos tan cansados que deseamos desconectar. Los audiolibros son una excelente manera de hacerlo, no cansa la vista y nuestra imaginación va volando junto a la voz que nos guía por un mundo fuera de la realidad. A veces no solamente nos provoca una profunda relajación, sino también, nos hace reflexionar y llegar a conclusiones importantes que nos pueden ayudar en nuestras decisiones diarias. Eso es lo que pretende:
Los dos pescadores
Un contenido atrapante, disponible en escrito y en audio ASMR.
Había una vez, en un pueblo muy lejano de entre montañas majestuosas y lagos cristalinos, un joven llamado Abel que era pescador. El muchacho era risueño, conocido por los pueblerinos por su gran sonrisa que siempre adornaba su rostro lozano, por sus palabras amables y sinceras que siempre dedicaba a los demás, por estar siempre dispuesto a ayudar con una alegría rozagante. —Tiene un corazón tan tierno… —Decían las abuelitas que se unían para tejer juntas, al verle pasar enérgico con su caña y sesta de pescar, por las tardes, cuando el sol se alzaba en lo alto en su máximo esplendor.
Una tarde, justo cuando Abel llegaba hasta el lago que le había visto crecer, a lo lejos divisó la figura de su vecino Cain, este estaba pensativo, mirando el lago con seriedad.
—Hola, amigo. ¿Qué tal te encuentras hoy? —Saludó el joven. Su rostro resplandecía de vitalidad y energía y su cabello rubio platino caía por su frente perlada por el calor.
Cain levantó la cara hacía su vecino de toda la vida y con su habitual sobriedad contestó. —Intentando pescar algo, son tiempos muy difíciles. La comida es escasa en mi casa.
—Yo siempre logro pescar mucha cantidad de peces, si hoy es mi día, te daré la mitad de mi comida, amigo. En tiempos tan enrevesados, debemos ayudarnos unos a otros. —Respondió Abel, con esa expresión calurosa que molestaba a su vecino. La serenidad con la que veía la vida el joven y su actitud siempre positiva, fastidiaba a Cain que prefería ver el mundo tal y como era, según él, de color negro como el carbón, de sabor agrio y una falsedad necesaria para sobrevivir… Su vecino era el típico soñador que no comprendía a la vida. ¡Pobre estúpido! Pensaba Cain cada vez que le veía.
—Muchas gracias, amigo. —Dijo Cain con una sonrisa que no llegaba a sus oscuros ojos que parecían el fondo de un agujero. Más valía fingir simpatía por aquel desgraciado, que quedarse sin su pescado. Se decía a sí mismo.
Ambos chicos alzaron sus cañas. Abel disfrutaba de aquel instante, admirando el bello paisaje que se dibujaba ante sus ojos del color de la miel, sintiendo las caricias de los rayos del sol y aspirando el aroma a verano. Estaba seguro de que ese día pescaría mucho y haría un festín de cena junto a su familia.
Cain, con los labios apretados, procuraba con la máxima concentración pescar tantos peces como podía.
Al cabo de un rato el joven risueño ya tenía tanto peces que sobresalían del cubo en el cual los metía, mientras que su vecino le lanzaba dagas con sus ojos, sintiendo la envidia corromper su ser.
Cain no podía comprender por qué razón el tonto de su vecino tenía tanta suerte.
Repentinamente… de aquel lago majestuoso una canción extraña comenzó a sonar, captando por completo la atención de los dos chicos. Era tan bello aquel sonido que parecía magia hecha en música.
Burbujas del color del arcoíris empezaron a emerger del agua y tras unos segundos en los que ninguno de los dos vecinos apartaba la vista de aquel bello e inexplicable suceso, tres peces brotaron por la superficie cristalina del color del cielo, nadando con ímpetu hacía los dos jóvenes.
No eran peces como el resto, estos tenían unos colores tan hermosos y brillantes que impactaban. Dos de los peces eran de un color dorado muy intenso con algunos destellos rojizos, mientras que el tercero era de un tono rosado y parecía estar rociado con purpurina plateada.
Los pecesitos cada vez estaban más cerca de los dos muchachos hasta que súbitamente se convirtieron ante los ojos de estos en tres hermosas mujeres semidesnudas, vestidas únicamente con pétalos de rosa que adornaban sus pálidas pieles. Sus cabellos eran tan largos hasta sus pies. Una rubia, la otra pelirroja y la última de cabello tan negro como el azabache. Los ojos de aquellos seres femeninos eran de un color lila tan intenso que parecían embrujar todo lo que acariciaban con los luceros.
—¿Quiénes sois vosotras? —Preguntó Abel sin salir de su asombro.
—Somos las ninfas y guardianas de este lago. Cada vez que pasa un milenio salimos a la superficie y concedemos tres deseos a los primeros humanos que llegamos a ver. —Respondió con una voz tan suave como el terciopelo la ninfa pelirroja.
—¿Cómo os llamáis? —Preguntó Cain, cuyos ojos brillaban con cierta avaricia que no les pasó inadvertido a las guardianas mágicas.
—Somos: Fé, Esperanza y Amor. —Respondió la ninfa morena con una sonrisa.
—Vosotras debéis concedernos tres deseos, entonces… —Reflexionó Cain con un entusiasmo que nunca antes había tenido.
—Así, es. —Contestaron las tres hermanas al unísono.
—¡Empiecen conmigo! —Gritó Cain tan impaciente que resultaba hasta molesto.
—Muy bien. ¿Cuáles son tus tres deseos, humano? —Preguntó la pelirroja, aquella que se llamaba: “Amor”.
—Quiero ser el hombre más rico de este pueblo, quiero ser el más atractivo y estar siempre rodeado de mujeres. —Respondió Cain dando saltitos de alegría.
La ninfa rubia dio una palmada y con voz sería, pronunció: Deseos, concedidos.
El pescador se marchó de allí corriendo, riendo a carcajadas.
—¿Y tú muchacho? ¿Cuáles son tus deseos? —Preguntó la ninfa rubia, a Abel que había observado toda la escena callado.
—Yo solo quiero ser el hombre más razonable, tomar mis decisiones guiado por el amor y ser tan trabajador y honrado que en cada cosecha de mis frutos pueda experimentar la felicidad en todo mi corazón.
Las tres ninfas quedaron sorprendidas y con gusto, aquella cuyo cabello era como los rayos del sol dio una palmadita y dijo: Deseos concedidos.
Los años pasaron, los dos hombres disfrutaron de sus deseos de distintas formas.
Cain logró tanta riqueza que cegado por el dinero y el poder se alejó de las personas, quedando rodeado de muchas mujeres que únicamente deseaban su riqueza. Todos le respetaban por su poder, pero nadie llegó a conocer a su persona. Su mejor amiga fue la soledad y debido a la desgracia que nunca abandonó su cruel corazón, murió a una temprana edad, sufriendo y peleando con la muerte que se lo llevó sin contemplación.
Abel consiguió ser tan razonable que logró crear la mejor cosecha del pueblo, empezando a ayudar a los más necesitados. Siempre guiado por el amor, logró encontrar la mujer de sus sueños y esta le apoyó hasta su último suspiro regalándole unos hijos que crecieron felices y orgullosos de sus padres. La felicidad era tan grande en el corazón de Abel que vivió hasta una edad muy avanzada y finalmente abrazó a la muerte como si de una amiga se tratará, no sin antes agradecer a las tres ninfas que se le aparecieron en sueños.
—No tienes que agradecernos, Abel. Gracias a ti, nuestra hermana: Esperanza no murió. Tú mostraste que los seres humanos no estaban del todo perdidos. —Le había respondido la ninfa Amor, que le había guiado durante toda su vida.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado...
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